miércoles, 20 de marzo de 2019

Nabucodonosor




Hola, me llamo Autopista, es porque mi familia me encontró en la carretera, era un gato pequeño y andaba perdido porque mi madre y mis hermanitos estaban durmiendo, quise dar un paseíto y no encontré el camino de vuelta, fue horrible, hasta que mi familia de humanos me encontró y me recogió. Claro que me metieron en su coche con la mejor intención, pero en realidad, lo que yo quería era volver con mi mamá y mis hermanitos, aunque si me hubiera aplastado un coche tampoco los habría visto más...  y además, las mamás gatas tampoco quieren que estemos siempre con ellas, pues les quitamos libertad, ellas nos dan la leche que nos corresponde, pero después, lo que quieren es que nos vayamos a vivir nuestras vidas. 

Creo que yo me busqué la vida bastante bien porque no me podría haber tocado mejor familia que Elena, Javier y Aída. Me recogieron para siempre, su casa es preciosa y acogedora, especialmente porque siempre son buenos conmigo, me quieren, me acarician y cepillan mi pelo a diario, soy muy feliz con ellos, ahora se han convertido en mi familia y no los cambio por nadie. Pero les voy a contar la historia de mi amigo Nabucodonosor.

Cuando Nabucodonosor estuvo en brazos de Elena sintió que habían acabado sus tristezas. Después de una hora en coche llegaron a casa. Nabu, como lo voy a llamar en adelante, porque si no es muy largo ese nombre que le puso su antiguo dueño, un hombre siempre malhumorado y con mal carácter que aliviaba todas sus frustraciones pegando y gritando a su familia, y claro, Nabu era uno de sus miembros, el más débil.

Bueno, pues como les iba contando, Nabu llegó hace como cinco años a la familia. Se adaptó muy fácilmente, a pesar de lo que había sufrido, yo por aquel entonces tendría cuatro meses o cinco, no me acuerdo bien. En mi familia  es fácil convivir. A todos les encanta los animales, pero cuando vieron a Nabu, con su pelaje blanco y su ojo negro, quedaron fascinados, empezaron a bromear diciendo que mejor se hubiera llamado Pirata por aquel ojo tan gracioso, él, Nabu, no paraba de mover su colita y olfatear por todos sitios hasta que llegó a la cocina y descubrió su rincón, se revolcó en su nueva cama, bebió agua y comió un pienso que estaba riquísimo, además, no tenía cereales, era lo que Nabu necesitaba, porque antes...

No quería pensar en ello, pero es que en su antigua familia le daban una comida que era las sobras de lo que comían en la casa, a él le sentaba fatal y entonces le daban ganas de ir a dar un paseo para no manchar la casa, pero ellos no lo sacaban, así que no le quedaba más remedio que hacerlo en casa, el hombre se enfadaba mucho y le daba patadas, después se enojaba también con su mujer porque era la que había adoptado a Nabu y se armaba la marimorena. Todos gritando y agitados, horrible, pero el peor parado siempre era Nabu.

Nabu era ya un poco mayor, porque tenía once años, en el Refugio donde había pasados los últimos meses después del abandono no tenían muchas esperanzas de que alguien lo quisiera, porque la gente siempre busca perritos jóvenes. Hasta que llegó Elena, ella amaba a los perros, a los gatos y a todos los animalitos y quería ayudarles a todos, pero su madre le dijo que si ayudaba a uno como Nabu que era un poco viejito estaría haciendo una gran labor, por eso y porque le encantó desde que lo vio, escogió a Nabu. 

Fue una gran sorpresa para Nabu encontrarse conmigo, pero para mí también, no esperaba que me trajeran un compañero para jugar, fue una gran alegría, porque, aunque la gente piensa que los gatos y los perros no pueden ser amigos, no es verdad, por lo menos Nabu y yo congeniamos enseguida, bueno, tengo que reconocer que él era un poco mayor y claro, mis saltos sobre su lomo y mis continuos ronroneos a su alrededor a veces lo ponían nervioso. Pero nunca se enfadaba, era muy dulce ese perro del ojo negro, a pesar de sus amargas experiencias. Fue mi mejor amigo. Nabu se adaptó muy rápidamente a su nueva familia, era un perrito muy agradecido y pronto se dio cuenta de la gran suerte que había tenido.

El abandono de Nabu.- En aquélla casa gris, todo eran problemas, el padre era un hombre amargado que se emborrachaba a menudo, Nabu sin embargo los quería a todos, por eso le dolían aún más los golpes que recibía, ellos no eran felices, bueno, con una persona como aquel hombre por los alrededores no es muy fácil estar en paz. La madre quería ser dulce, pero no la dejaban, el hijo, un muchacho de unos catorce años ya estaba harto de todo, se estaba pareciendo cada vez más a su padre. Un día, pensando que le haría un favor a su padre al que temía mas que quería, cogió a Nabu y diciendo que lo sacaba a pasear se lo llevó. Con sus amigos estuvo jugando a molestar al animalito, cuando se cansaron, decidieron que lo acercarían a la autopista a ver si alguien paraba y se lo llevaba o lo atropellaban. Nabu, desconcertado con tanto ruido no sabía hacia donde tomar, se metió en la cuneta y allí permaneció hasta que un señor que lo vio, paró su coche, se apiadó del perrito y lo llevó a un Refugio. Hasta el día que lo adoptó Elena.

Junto a nosotros Nabu fue más feliz de lo que él hubiera imaginado, nunca le faltó comida, ni cobijo, las caricias y las buenas caras eran lo normal allí y mi amigo lo veía y lo sentía. Porque se sabe que los animales sienten la alegría y también la pena de los que les rodean, si hay alegría nosotros estamos contentos pero si hay pena nos ponemos muy tristes, no nos gusta que nuestros amigos humanos lo pasen mal, especialmente si vivimos con ellos, sentimos sus lágrimas, por eso, muchas veces, cuando Elena o Javier suspendían, me cogían en brazos a mi o a Nabu, bueno, Nabu era muy grande, así que con él se sentaban a su lado, entonces hablaban con nosotros, nos contaban cosas que a su madre no contarían, a veces por vergüenza, otras por no disgustarle, sus problemas más importantes, nos explicaban porqué no habían estudiado y eso.

Por ejemplo, resulta que Elena se había enamorado, sí, enamorado. Bueno, pues ella a su madre no se lo decía, pero a nosotros dos sí. Digo yo si será porque yo solo puedo decir miauuuuu, y Nabu guauuuu, seguro que es por eso. Además, nosotros escuchamos calladitos, pero Aída, uffff, ella hubiera dado su opinión, habría empezado a dar consejos y todas esas cosas que suelen hacer la mayoría de las madres humanas en un intento de ayudar a sus hijos. Así que fue nuestro secreto. Pero Elena estaba muy distraída por el amor, solo hablaba de Alberto, se le iban las horas y no se concentraba, yo creo que era muy joven para enamorarse, pero bueno, menos mal que nos tenía a nosotros. 

Javier era diferente, al ser más pequeño, lo que más le preocupaba era que su padre no viviera con nosotros, una pena, es que los padres vivían separados porque creo que no se entendían muy bien. Pero los dos querían muchísimo a sus hijos, eran lo más importante para ellos y los niños lo sabían, pero Javi nos decía que echaba de menos el tiempo en el que vivían todos juntos. Se ve que no era gato el Javier, a nosotros no nos preocupan esas cosas, solo comer, dormir, jugar, trepar, desperezarnos, buscar novia cuando somos un poco mas mayores, con eso ya somos felices.

Nabu fue feliz el resto de sus días con nosotros, hasta que le llegó la hora de marchar, esa hora que nos llegará un día a todos, pero que a los perros les llega muy pronto, mas o menos a los dieciséis años...y sabes por qué ? Pues es porque ellos aprenden muy pronto lo que las personas tardan muuuuucho más en aprender, por ejemplo: Amar sin condiciones, vivir en paz, agradecer cada momento, alegrarse y saludar con cariño al que llega, no preocuparse, jugar, dormir, tomar sol, en definitiva, saber vivir sintiendo intensamente. Así, cuando llega el momento de irse de esta vida, se van muy tranquilos, porque dejan todo el amor que repartieron todos y cada uno de sus días.