viernes, 31 de marzo de 2017

Mi amigo Eto no quiere ser maestro.




Eto sabe muchísimas cosas, cada vez que habla uno aprende algo, pero él dice que no es un maestro de nada y casi se enfada cuando le llamas maestro. Claro que lo que sabe él también lo ha aprendido porque continuamente se pregunta el porqué de lo que ocurre, entonces, de esa manera, va investigando y encontrando su propia verdad, la verdad.

Es por eso que le dicen maestro, pero él insiste en que no es lo que se enseña sino lo que se aprende lo que vale a cada uno. 

Creo que tiene razón, porque he notado que cuando estoy en clase, por ejemplo, no siempre me intereso en lo que oigo, unas veces me distraigo, otras me aburro y casi me duermo, porque hay maestros a los que se les nota que no les gusta su trabajo, eso es fatal, porque nos hacen perder nuestro tiempo. 

En cambio hay otros que contagian su entusiasmo por lo que están transmitiendo, tengo un profesor de historia que de tanto que le gusta lo que nos cuenta, se le hinchan las venas del cuello, me he fijado, es muy apasionado y yo le he cogido mucho cariño, sus clases son mis preferidas y además saco buenas notas sin gran esfuerzo, ese hombre hace que nos mantengamos atentos en clase, que su clase sea un momento de entusiasmo. Otro profe, el de música, nos cerraba las cortinas y dejaba la clase completamente oscura, entonces ponía música clásica, era maravilloso, porque solo estabas concentrado en aquel sonido, apreciabas cada nota y así me aficioné a escuchar música buena. Otra profesora, nos enseñaba matemáticas en el patio, llevaba una botella vacía y nos iba diciendo lo que es un cuarto de litro, medio litro, etc. me encantaban sus clases de mates.

Eto es igual, es un hombre viejo, tiene unos sesenta años, pero cuando habla, la gente le escucha, porque siempre tiene cosas interesantes que contar, él dice que somos más que lo que creemos ser, nosotros pensamos que por ejemplo, somos niños o madres o maestros o ingenieros o basureros o Pepe o Isabel, pues Eto dice es precisamente eso lo que no somos, que nuestro interior, lo que no se ve, es lo que en realidad somos. Parece un rollo, pero cuanto antes nos demos cuenta de eso, mejor será, porque empezaremos a no dar importancia a cosas que realmente no importan, viviremos una vida consciente, no actuaremos por inercia, ¿Sabes lo que es la inercia? Pues es cuando hacemos algo como automáticamente, porque lo hace todo el mundo, porque es lo que aprendimos, porque no nos preguntamos ¿Porqué pienso lo que pienso, digo lo que digo, hago lo que hago?.

Cada uno de nosotros aprenderá todo esto cuando esté preparado, dice Eto que un día todos nos plantearemos cosas así, porque no es el maestro el que enseña, es el alumno el que aprende lo que está dispuesto a aprender. Sé muy feliz y hasta la próxima.



Se me olvidaba, este cuento está dedicado a mi amigo Ernesto.

martes, 21 de marzo de 2017

Escuchar es oír con atención, ver es mirar con atención.


Dibujo de Lucien con dos años.

A Juan, cuando le hablaban casi siempre estaba pensando en otra cosa. De esa manera, oía, porque no era sordo, pero cuando contestaba, la gente se daba cuenta de que no los había escuchado, pues siempre hablaba de lo que le pasaba a él, salía con historias que nada tenían que ver con lo que los otros le habían contado, él siempre tenía una historia para contar y hacía que los demás escucharan su propia experiencia en situaciones similares.

Sus conocidos y amigos se iban distanciando de él, no les gustaba que Juan no le diera importancia a los asuntos que a ellos les preocupaba, casi siempre iba por delante y solía terminar las frases de los otros, como adivinando lo que le querían decir, oía sin poner atención. 

Y es que Juan no había aprendido a escuchar, pero eso le pasaba también a otras personas. Por ejemplo, cuando Juan llegaba a su casa del colegio, empezaba a contar atolondradamente lo que le había pasado aquel día, entonces, la persona mayor que estaba allí, ya podía ser su padre, su madre o la señora que a veces le cuidaba, siempre tenían muchas cosas que hacer, le decían: - Juan, cállate y tomate la merienda que tienes muchos deberes - Y Juan, claro, se callaba, se sentía frustrado, triste, porque percibía que a los demás no les importaban sus cosas... así que guardaba silencio y se metía dentro de sí mismo, fue perdiendo interés en comunicarse con su familia. 



De esta manera fue formándose en solo escuchar sus voces internas y no las de los demás, poco a poco se fue aislando y pensando erróneamente que a los otros no les interesaba lo que él sentía, por lo tanto él, desde su imaginación, creó una barrera que le impedía comunicarse con las otras personas, se creó un mundo solitario para él.

Tenemos que aprender a escuchar, a poner interés en lo que nos cuentan, para ello hemos de mirar con atención a los ojos de quien nos habla, así podremos saber cómo se siente y ayudarle en su tristeza o alegrarnos con esa persona de su alegría, eso es compartir, sentirnos a nosotros y sentir a los demás.

Saber escuchar es más que tener la capacidad de oír las palabras de los demás. Es, principalmente, tener la habilidad de dejar de oír nuestros propios pensamientos.



domingo, 5 de marzo de 2017

La ratita Alicia y el árbol con agujeros.



Érase una vez una ratita que se llamaba Alicia, era muy rebelde, esto quiere decir, que casi todo lo que veía no le gustaba, así que reaccionaba contestando con enfado a sus padres, profesores y especialmente a aquellos que ella creía tenían alguna autoridad, o sea, que mandaban.

Un día, su madre la mandó al supermercado a comprar galletas para la merienda, cuando llegó a la caja había una cola tremenda y Alicia empezó a ponerse de malhumor, empujaba a los ratones que tenía delante, resoplaba, y, claro, los otros ratones la miraban con mala cara, una vez llegó su turno tiró de mala manera el paquete de galletas a la cajera, pagó y no dijo ni adiós.

Cuando llegó a casa su mamá le preguntó qué porqué había tardado tanto, a lo que ella contestó que la dejara en paz y que nunca más iba a hacer mandados. Su mamá que la conocía le dijo que su mal carácter solo le iba a hacer daño a ella misma, ya que el enfado se lleva por dentro y hace mucho daño a uno mismo.

En el colegio la cosa no era muy diferente. Alicia tenía algunos amiguitos, los que la conocían sabían que tenía malas pulgas. Ana, su mejor amiga, era precisamente la que más sufría, pues quería mucho a Alicia pero a menudo peleaban y Alicia la insultaba y le decía cosas terribles, que hacían mucho daño a Ana.


Una vez, su tutora la llamó para hablar con ella, le dijo que había encontrado a Ana llorando y al preguntarle qué le pasaba esta le contestó que quería cambiarse de colegio para tratar de olvidarse de su amiga Alicia porque solo la hacía sufrir. Al oír esto, Alicia estuvo muy apenada pues quería realmente a Ana y no quería perderla.

Al día siguiente la profesora anunció a la clase que Ana se iba a otro colegio, Alicia, llorando fue hasta su amiga para pedirle que no se fuera, que la perdonara, que ya no iba a enfadarse más con ella, pero ya Ana no podía volver atrás, eran sus padres los que habían tomado la decisión y la pequeña nada podía hacer.

Pasaron los días y Alicia estaba muy triste pues echaba mucho de menos a su amiguita, su tutora, al verla tan apenada así le habló: Alicia, no estés triste, trata de comprender porqué ha pasado esto, cuando se dicen palabras que molestan a los demás, duelen, aunque después pidamos perdón no vuelve a ser como antes. Si clavamos un clavo en un árbol, aunque después lo quitemos, el agujero sigue ahí, ¿Verdad Alicia? De la misma manera, cuando ofendemos a los demás ellos nos perdonarán, pero ya saben que les hemos causado dolor y eso no se olvida fácilmente.


No olvides lo que dijo Charles Dickens que era un escritor de cuentos: "La verdadera grandeza es hacer que los demás se sientan grandes.